Te estuve esperando durante 22 años
Este mini-relato es una declaración de amor que escribí hace unos años para mi pareja, Sara, a la que conocí en la universidad con 22 años, aunque ahora ya haga más de 8 que estamos juntos. No acostumbro a escribir sobre personas reales, así que se puede decir que es mi relato más íntimo y desnudo. Como ella me ha dado permiso para compartirlo, aquí lo tenéis. Por supuesto, se lo dedico a ella, porque me sigue inspirando siempre. Que lo disfrutéis.
TE ESTUVE ESPERANDO DURANTE 22 AÑOS, por Carlos Sanmartín
Te estuve esperando durante 22 años. Muchas estaciones; lluvia,
frío, viento y sol por ti. Ahora sólo falta un instante para verte y llegas
con retraso a la silla que tengo delante de mí. Los estallidos de gotas en el
cristal te están llamando con un murmullo suave y cadencioso que martirizan
dulcemente mi espera.
En esa espera yo puedo pensar sin hablar e imaginar que
fueras distinta: un poco más alta, quizá, aunque tampoco eres muy baja. Podría
desear que tuvieras el pelo más oscuro, y lo tendrías, pero no: no te lo
cambio. Pensaría para mí: ¡Que sus ojos sean más claros!”, pero mi pensamiento
se paralizaría en el esfuerzo de imaginarte con unos ojos distintos. Porque tus
ojos desprenden tanta oscuridad, que me dan cobijo en su sombra y yo me dejo
arrastrar hacia ella con las defensas vencidas. ¡Dios mío, jamás una oscuridad
había brillado tanto!
Un momento, porque tu silla se arrastra… Y un ángel se deja
caer en ella como del cielo. ¡Oh, pero si eres tú! Mmm, no recordaba que fueras tan
guapa. Empiezas a mover los labios en una letanía de versos inescribibles, que
no se pueden poner en papel, porque no llevarían consigo el timbre que tanto me
gusta de tu voz, que los hace únicos. Esa voz dulzona y envolvente me embelesa;
no dejes de hablar, así estás perfecta. Te ríes, sonríes, vuelves a reír… ¿Pero
no puedes parar un momento y dejar descansar a mi corazón? Por sus paredes aún
resuenan como ecos de campanadas –llamándome con la misma fuerza–, las palabras
que me repites:
– ¡Carlos! ¿Estás bien? No has dicho nada desde que he llegado.
¡Qué carita de preocupación! Una nube ha tapado tu sonrisa
de caramelo. Ay, es que me la comería…
– Carlos, tu café ya se ha enfriado.
¿Estás preocupado por algo?– ¡Que no! ¡Que no voy a mover ni un músculo! Un
solo movimiento ahora rompería el hechizo. No quiero que se acabe esta
sensación.
Te inclinas hacia delante y el cuello terso y esbelto se
tensa –podría alargar la mano y acariciarte las venas que ahora se te marcan–,
mientras inclinas graciosamente la cabeza con gesto de curiosidad. Con tus
manos delgadas y suaves –de niña juguetona y madre consoladora– apoyadas sobre
la mesa te acercas a mi cara y tu aliento cálido y húmedo me llega hasta la
boca; lo noto en mis labios y cada exhalación que haces me pide un beso. Sonrío
ante la tentación.
– ¿En qué estabas pensando? ¿Me lo vas a decir?
– En nada importante, perdona.– En que te quiero, mi vida.
¿En qué iba a pensar? ¿Pero cómo podría encontrar un modo de explicarte todo lo
que acabo de sentir? Sí… quizá lo escriba. Pero te aburriría, porque me ocurre lo mismo cada día.
¡Eso es estar enamorado! jajaja
ResponderEliminarBuen relato :P