El candidato
Este es uno de esos relatos que he escrito en diversas ocasiones para felicitar de una forma especial a mis amigos, sobre todo por Navidad y Sant Jordi. En este caso fueron las navidades 2003-2004, para las que se me ocurrió explorar una situación típica, una entrevista, e insertar algo de fantasía en ella.
Es algo que hago muy a menudo: cojo un tema cualquiera, lo primero que me viene a la cabeza y empiezo a escribir, a ver lo que sale. A veces empieza con una buena frase que me viene a la cabeza y otras simplemente cojo el primer objeto que veo. Supongo que por eso me centro tanto en la narrativa breve y ultra-breve: porque una narración de gran formato no se podría abordar sin una idea previa y sin saber más o menos de antemano a dónde quieres ir.
Y esto fue lo que resultó en esta ocasión. Que lo disfrutéis.
EL CANDIDATO, por Carlos Sanmartín
Él tenía 24 años y aún no sabía que a esa edad estaba a
punto de vivir un punto y aparte en su vida. Sentado en la sala de espera de la
empresa, ojeaba inquieto varias revistas que había encima de la mesa con
cuidado de no deshacer excesivamente la geometría con que habían sido
colocadas, aunque los nervios no le dejaban concentrarse en la lectura ni le
permitían recordar cuál era exactamente la forma geométrica en que estaban
dispuestas inicialmente. Pitágoras se habría dedicado a cultivar pepinos tras intentar
descubrir alguna lógica en lo que había sobre la mesa. El muchacho tan sólo
sentía que le observaban y que debía distraerse con cualquier cosa para
soportar el peso de aquella mirada que prácticamente le hacía bajar la cabeza. ¿Pero quién espiaba desde la nada? Ni siquiera lo veía, pero notaba su
presencia.
Todo empezó cuando acudió a aquela entrevista citado por
e-mail. Prácticamente después de anunciar su llegada y pedirle que esperase, el
recepcionista (moreno, bajito, cejijunto, de mirada penetrante como un clavo y
con un aro en una oreja) había abandonado la sala. De eso hacía ya un buen rato
y lo más inquietante de todo era que no se escuchaba ningún ruido, ni una señal
de vida. Por un momento pensó en la posibilidad de que lo hubieran engañado
para trocearlo y vender sus órganos al mercado negro. Ya podía imaginar al
recepcionista escogiendo su instrumental quirúrgico en la habitación contingua
para… ¡Uf! No, definitivamente, su estómago y el cruasán que acababa de
desayunar se habían aliado para advertirle vía señales fisiológicas que no era
buena idea seguir pensando en esa idea. Así, intentó remediarlo fijándose en la
sala donde se encontraba, la cual era tan neutra como aquel misterioso
silencio: paredes absolutamente blancas, sin ningún tipo de decoración, cuadros
ni ventanas, por lo que la única luz provenía del fluorescente del techo. A
decir verdad, el silencio no era realmente neutro, si no que era uno de esos
silencios tan densos que parecen palpables y que lo envuelven todo, como algo
creado, antinatural.
El muchacho había hecho ya varias entrevistas de trabajo sin
mucha fortuna y aunque se estaba habituando a ellas y las realizaba cada vez
más tranquilo, empezaba a estar desesperado por no encontrar trabajo. Sin
embargo, era imposible estar preparado para esta entrevista, que no se parecía
ni por asomo a ninguna otra que hubiera hecho antes. Nada más llamar a la
puerta el quejumbroso timbre ya anunciaba el inicio de una atmósfera
angustiosa, la cual se vio completada con la aparición de aquel recepcionista,
quien tras hacerle pasar le invitó con un elegante gesto de la mano a sentarse,
mientras que con la mirada parecía amenazarle con partirle las piernas si no le
hacía caso, de modo que se sentó sin acabar de sentirse muy cómodo, en parte
por quedar a la misma altura que el recepcionista y darle ventaja. ¿Qué
requisitos le habrían pedido para atender la recepción de aquella empresa?
¿Quizá tenían acreedores y le contrataron para asustarlos cuando entraran
furiosos por la puerta? Probablemente en su curriculum debía haber alguna etapa
de su trayectoria profesional en la que había trabajado en la casa de los
horrores de algún parque de atracciones. Por un instante y sólo por un
instante, hasta le pareció una situación divertida, pero una corriente de aire
le puso la piel de gallina devolviéndole a la realidad, cual mosca que se
percata de que se encuentra en una telaraña.
Una puerta se abrió lentamente, inversamente proporcional a
la velocidad con que latía su corazón; Empezaba a encontrarse muy, pero que muy
acalorado. ¿Cuándo sonaría el despertador para ir al colegio? El corazón le
latía como si participara en una maratón, aunque tenía las rodillas como
gelatina y el recepcionista no habría tenido problema para partírselas, porque
estaban a punto de desmontarse de un momento a otro; si ahora diera un paso,
quizá se dejaría una pierna atrás.
Al fin se abrió la puerta del todo, pero no había nadie en
el umbral. No, allí no. Aún tardó unos segundos en advertir que había alguien
casi frente a él. Desplazó lentamente la mirada de la puerta a la presencia
humana. ¿Cómo había llegado hasta allí si no había otro acceso a la salita? El
recepcionista le lanzó una mirada que le clavó la nuca contra el sillón,
seguida de un gesto que indicaba que ya podía pasar (o de lo contrario…). El
muchacho sonrió nerviosamente mientras se proponía actuar con el aplomo de
Harrison Ford. El problema era decidir entre “Indiana Jones” o “El fugitivo”.
Se puso en pie haciendo acopio de todas sus fuerzas y se ajustó el nudo de la
corbata igual que el corredor que se ajusta el nudo de las zapatillas mientras
se prepara para la salida. “A por todas”, se dijo mentalmente. Se dirigió con
seguridad hacia la puerta y cuando la cruzó… No le pareció haber cambiado de
habitación. Al garete el aplomo. Miró a su alrededor: las mismas paredes
blancas sin ventanas, la misma ausencia de decoración y aquella luz de
fluorescente bañando deprimentemente toda la estancia. Era todo igual, excepto
por los tres hombres que se encontraban sentados detrás de una mesa sonriéndole
macabramente. Todos estaban mirándole y en ningún momento se dirigieron la
mirada entre sí. Delante de la mesa había una pequeña silla dispuesta para
sentirse como si todo el peso de la habitación se volcara sobre él. Despertó de
la sorpresa y se presentó. Ellos asintieron y uno de los hombres, de color, le
indicó la silla con un ademán aristocrático. Se sentó y le faltó poco para dar
un salto cuando escuchó cerrarse la puerta detrás de él con un retumbar
sepulcral y definitivo. Sin duda, el recepcionista mantenía su particular
estilo, tanto si atendía a una visita, como si cerraba una puerta. Prefería no
imaginarlo en su casa trinchando un pavo.
— Verá,— empezó a decir con acento extranjero el hombre
sentado a la derecha— debemos disculparnos porque en la oferta de empleo que
publicamos no se especificaba mucha información, pero queríamos mantener cierto
anonimato, usted ya sabe como son estas cosas, ¿no? Para que nos entendamos,
ésta es una pequeña empresa de ámbito internacional, con determinados periodos
de gran actividad, lo que implica la necesidad de ampliar temporalmente la
plantilla en determinadas fechas del año. Es por ello que necesitamos
incorporar a alguien que nos ayude a gestionar el personal. Hemos recibido su
currículum y tras investigar sobre usted nos ha interesado mucho su perfil
profesional y personal.
El muchacho no había estado nunca en una entrevista tan
directa (sólo lo había visto en las películas porno y no estaba interesado en
terminar de la misma forma con aquellos tres señores), pero reaccionó
rápidamente:
— ¿Ah, sí? ¿Y qué parte les ha interesado de mi perfil?
— Oh, sí, para empezar destacamos su dedicación y
perseverancia, a pesar de que hasta ahora no ha tenido mucha fortuna en la búsqueda
de empleo.— El chico sonrió agradado por los elogios. — Y también hemos visto
que tiene usted un gran corazón, como lo demuestra el hecho de que las
navidades pasadas ayudara a su primo a estudiar para los exámenes a pesar de
que usted también se jugaba sus propios resultados académicos o que este junio
ayudara a su tío a pintar las paredes de su piso.— El hombre dirigió una mirada
a sus compañeros, que le respondieron con un gesto de aprobación. A él, por su
parte, se le había quedado petrificada la sonrisa que le había provocado el
primer elogio y empezaba a preguntarse por la cámara. Un vistazo a la
habitación le bastó para cerciorarse de que no se podía ocultar una cámara en
ninguna parte, lo cual le puso más nervioso, porque quería decir que aquello no
era una broma.
El chico no se podía creer lo que estaba escuchando. ¿Qué
clase de entrevista era aquella? ¿Quiénes eran aquellos hombres? ¿Por qué
sabían cosas personales sobre él y por qué les interesaba? ¿Pertenecerían al
servicio secreto de alguna potencia extranjera? ¿Serían maníacos, psicópatas o
terroristas quizá?
Sentado en el medio de los tres estaba el hombre más mayor,
quien tomó la palabra:
— Igualmente, hemos visto otros ejemplos de vitalidad,
optimismo y sociabilidad a lo largo de este tiempo que nos han llamado mucho la
atención y que nos han demostrado que lo que nos gusta de su actitud y
comportamiento no es únicamente puntual.— Y el hombre sonrió con regocijo.
Esto ya era el colmo. Estaba a punto de salir corriendo por
la puerta. Por un momento le pareció escuchar la melodía de la serie la
“Dimensión desconocida” y que lo que le estaba pasando lo estaba viendo en el
televisor. Era demasiado tarde para salir corriendo. Los músculos aún le
habrían respondido unos minutos antes, pero ahora estaba completamente
petrificado y veía la puerta como si estuviera a kilómetros de distancia.
¡Ahora los tres le estaban sonriendo! El hombre de color, el anciano y el
tercero, de pelo castaño, parecían disfrutar especialmente con la situación. Al
fin, el último habló:
— Por todos tus esfuerzos hemos decidido recompensarte
obsequiándote con un primer empleo para que cojas experiencia. Cada Navidad
necesitamos muchos colaboradores que nos ayuden a repartir regalos por todo el
mundo y nosotros ya estamos muy atareados preparándolos, así que quisiéramos
que alguien nos ayudara a buscar y preparar a las personas que nos tienen que
ayudar. Además de cobrar el salario medio habitual para un puesto de estas
características, al final del trabajo te obsequiaremos con una carta de
presentación con la que podrás acceder a la empresa que tú quieras. También
queremos advertirte que el puesto requeriría algunos desplazamientos
ocasionales a nuestra sede en Oriente Medio, aunque el transporte correría de
nuestra cuenta, por descontado.— Cuando el hombre terminó de hablar, se recostó
autocomplacido en el sillón.
Hacía un buen rato que el muchacho no pestañeaba. No podía
estar ocurriendo aquello y aquellos hombres no podían ser quienes creía que
eran. Consiguió cerrar la boca. Las tres miradas estaban clavadas en él,
expectantes y llenas de júbilo. Estaba seguro de que le temblaría la mandíbula
si abría la boca o se pondría a gritar. ¡Locos! ¡Estaban todos locos! Se
levantó de un salto y se dirigió hacia la puerta, pero estaba cerrada. Se lanzó
con un hombro contra la puerta, que no cedió. Volvió a coger impulso y saltó
hacia delante con la furia de un animal acorralado, pero la puerta se abrió de
golpe y cayó rodando por los suelos dos metros más adelante. Desde allí, vio al
recepcionista detrás de la puerta con la mano en el picaporte y una mueca de
hastío, mientras dentro de la habitación los tres hombres se levantaban
corriendo. Al ponerse en pie se fijó en que el recepcionista se había puesto un
turbante y se había colgado una cimitarra del cinturón y aquello terminó con
cualquier posible duda acerca de permanecer allí o en cualquier lugar en un
quilómetro a la redonda. Un paso (o salto de longitud) más tarde estaba
abriendo la puerta de salida y casi cayendo por el hueco de la escalera,
recuperó torpemente el equilibrio y se lanzó escaleras abajo, aunque su idea
inicial no era hacerlo rodando. Unos cuantos intentos más de levantarse y otros
tantos escalones sin utilizar los pies y un ruido sordo indicó que había llegado
abajo. Otro ruido sordo indicó que al levantarse no se había fijado que la
portería tenía una puerta de hierro colado que debía abrirse antes de pasar a
través de ella. Finalmente se oyeron unos gritos y unos frenazos de coche en la
calle acompañados de claxons.
El recepcionista cerró la puerta y se sentó
disciplinadamente en su silla cual si fuera una estatua con los brazos
cruzados. Al cabo de unos minutos de silencio incómodo, el hombre mayor se
dirigió a uno de los otros:
— Otro más. Creo que tenemos que cambiar la forma de hacer
la entrevista, Melchor.
Y se dice que año tras año los Reyes Magos siguen buscando
colaboradores cuando llega la víspera de Reyes, así que estad atentos… Sed
persistentes, no perdáis nunca el buen humor y no dejéis que el miedo os impida
ver las posibilidades que os brinda la vida.
Barcelona, 22 de diciembre de 2003
Comentarios
Publicar un comentario