El cocinero infernal
Después de un par de relatos casi seguidos he querido publicar uno un poco más ligero y breve, porque sé que aunque a todos nos gusta leer, a todos nos falta tiempo para hacerlo todo lo que quisiéramos.
Se trata de un relato que escribí para los invitados de mi cena de cumpleaños de 2011 con la finalidad de agradecerles su asistencia y a la vez quise hacer broma con la poca amabilidad que nos mostró el propietario del restaurante donde lo celebré (Restaurant Movie en Barcelona), que no quería aplicarnos el precio que marcaba la web de descuentos con la que habíamos hecho la reserva y mostró una actitud muy poco profesional.
Pero lo importante es que al final obtuvimos nuestro descuento, una buena noche entre amigos, una anécdota que recordar y un mini-relato. Que lo disfrutéis.
Cogió el cuchillo con firmeza y seguridad, con la habilidad
innata que ya hacía tiempo que había puesto a prueba en tanta ocasiones.
Dispuso todo encima de la barra de la cocina y atacó uno por uno a todos los
alimentos hasta que ya no se los podía reconocer más que por el color de la
masa en que se habían convertido. Dejó para el final su preferido: la carne. Le
encantaba sentir cómo la hoja atravesaba músculo y tendones con una facilidad
aparente para cualquier observador, aunque no existía tal. El truco estaba en
el juego de muñeca al empujar el instrumento y en saber encontrar el punto de
entrada perfecto. A partir de ahí, cuanto más grande fuera la carne a cortar,
más satisfacción le producía. Se dio cuenta de que estaba sonriendo y que le
resbalaba un poco de saliva por la comisura de la boca. Se limpió mientras
miraba de reojo a su alrededor para comprobar que nadie le había visto y
prosiguió con la aburridísima preparación de los alimentos. ¿Cómo podían
preferir la carne cocinada a la cruda? Hacía años había intentado mantener un
restaurante donde sólo servía carne cruda, pero nadie le comprendió y tuvo que
cerrar. ¡Malditos cerdos! Odiaba a los
clientes, ignorantes, estúpidos y sin gusto. Sí, cerdos, los apuñalaría a
todos, como a los animales a los que se parecían.
Se quedó mirando al grupo de 11 personas que tenía sentados
al fondo. Jóvenes, riéndose y pasándolo bien. Tanta felicidad le ofendía, le
henchía de odio. Bien, esa noche no les haría descuento. No, a estos no. Y
cuando salieran a la calle… Sí, cuando salieran procuraría tener limpios y
preparados sus queridos cuchillos. Sus únicos amigos. ¿Y quién necesitaba más?
Barcelona, 14 de Octubre de 2010
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